
En el castillo del Rey Aurel se estaba preparando la boda de su primogénito el príncipe Eric, un joven de aspecto atlético y largos cabellos rubios.
Iba a contraer matrimonio con la princesa Lisbeth de un reinado vecino, esta boda debe efectuarse dentro de 3 días, y se están realizando los preparativos para una gran cantidad de invitados.
En una gran sala señorial del castillo se encuentran la Reina Electra, que entabla un dialogo con su hijo el príncipe.
-Querido hijo, para esta boda que todo nuestro reinado está esperando desde hace muchos años, necesitamos que tú le entregues a tu amada Lisbeth la corona de princesa y la gema dorada.
Con no mucho entusiasmo el príncipe Eric le responde:
-Debo ir yo a buscarla?
-Por supuesto amado hijo, debe ser el príncipe quien tenga en su poder la diadema, que coronará a la futura princesa de nuestro reinado.
Con la vista perdida sobre la ventana el príncipe se encuentra pensativo.
-Pero que pasa Eric? ¿Acaso no te entusiasma convertirte en el príncipe y futuro Rey?
-Madre es que.. en verdad no estoy enamorado de Lisbeth, ella es una buena mujer, pero no siento lo que debería.
La Reina Electra sabía de lo que estaba hablando, ya que en los reinados por lo general los matrimonios reales se realizan por ciertas conveniencias.
-Pero Eric, quizás con el tiempo puedas llegar a enamorarte. Le susurra animada la Reina.
-No te preocupes Madre, lo haré por la tradición del reinado, iré en busca de la corona y la gema para la futura princesa. Comentó sin ninguna convicción.
En tanto, se aprestó un carruaje que llevaría al príncipe a embarcarse para ir en busca de la diadema, que estaba en una isla no muy lejana del pueblo.

Cerca de un arrecife se encuentra una sirena que se llama Amaia, peina su larga cabellera reposada, disfrutando del sol mientras una leve brisa acaricia su rostro.
Junto a otras sirenas que la acompañan pasan horas chapoteando sobre las cristalinas aguas que bordea una isla virgen, con una gran densidad vegetal.
La ilusión de Amaia es encontrar a su príncipe y contraer nupcias, aunque es un sueño bastante difícil de concretar por su condición de sirena.
Decenas de embarcaciones ven pasar por el horizonte, muchas de ellas son barcos pesqueros, en donde las sirenas no deben ser visualizadas, porque conllevaría a una probable persecución de un barco y luego otros más.
Esto es algo que tienen muy claro las sirenas, si bien ellas viven en las profundidades del océano, pero de todos modos tienen el protocolo de mantenerse alejadas del movimiento que produce el hombre.
A medida que pasan los años a través del tiempo, esta frecuencia de visualizar embarcaciones aumenta, con lo cual también el cuidado de ciertas zonas para que ellas puedan nadar libremente.
El sueño particularmente de Amaia es de encontrar a su príncipe y convertirlo en sireno, esa sería una de las posibilidades más viables, a que ella pudiese conseguir unas piernas en vez de aletas.
Por otro lado, la comunidad de sirenas a diferencia de la vida humana es que se mantienen más en comunidades, y es muy difícil que se separen como lo harían en el mundo de los hombres y mujeres.
Quizás esto tenga que ver con que no hay en cada isla o continente comunidades de sirenas, a diferencia de las personas que se expanden a lo largo y a lo ancho del planeta.

En una embarcación de porte intermedio se preparan para zarpar el príncipe Eric con una media docena de marineros, hacia la búsqueda de la corona de la princesa y su gema.
En unos 3 días está prevista la boda real, el príncipe deberá llegar antes para que se culminen todos los preparativos, en donde toda la aldea estará presente para ver la coronación de la nueva princesa.
Pensativo, mirando sobre el horizonte del océano se encuentra el príncipe, en tanto los marineros van preparándose para elevar velas y acelerar el viaje.
De una leve brisa marina comienza a levantarse un poco de viento, unas nubes amenazantes comienzan a surcar los cielos, probablemente toque una tormenta sobre la noche.
En tanto el Rey Aurel y la Reina Electra, entablan un dialogo mientras en el castillo se está trabajado para decorar cada uno de los rincones para la boda real.
-Creo que Eric no está preparado aún para contraer esta boda. Comenta Electra al Rey.
-Pero mujer, ya tiene la edad para heredar el principado, y como tal debe contraer matrimonio con la princesa. Asegura el Rey.
-Me refiero que Eric no está enamorado de Lisbeth. Afirma decepcionada la reina.
-Quizás todos hemos pasado por esto. Asegura el Rey.
-Ehh bueno… casi todos, nosotros estábamos convencidos de nuestro amor. Aclara el Rey.
-Así es. Reafirma Electra.
-Pero hemos visto otros principados con esta situación y no es agradable. Asegura la Reina.
-El tiempo…el tiempo, pone todas las cosas en su lugar. Comenta no muy convencido el Rey.
Caída la noche, se desata una gran tormenta agitando el mar y meciendo la embarcación.
El príncipe Eric se apresta junto a su tripulación, para sujetar las velas y asegurar la embarcación.
Olas de más de 10 metros asciende y desciende el barco del príncipe, como si fuese una cascara de nuez.
Relámpagos, vientos y fuerte lluvia, empapa al príncipe y sus marineros, y comienza a crujir la embarcación.

Dado de que la embarcación ha sido dañada seriamente, la tripulación emprende un giro sobre una isla cercana para poder acceder a tierra, en caso de que pudiese averiarse aún más la embarcación.
Los fuertes vientos y la lluvia intensa no cesan, los relámpagos iluminan la noche como dejándola de día por momentos. Rápidamente el príncipe se tira al agua y va nadando unos metros hasta acercarse a la isla.
También lo hacen parte de la tripulación, en tanto 2 o 3 marineros se quedan encima de la embarcación para esperar que regresen sus compañeros, esperando que cese el mal clima y puedan comenzar a repararla.
El príncipe Eric y parte de los marineros salen en busca de refugio y esperar a que cese el mal clima, para poder reparar la embarcación y continuar el viaje.
Penetran la espesa vegetación, solo podían guiarse cuando un relámpago iluminaba la isla para poder abrirse paso, para encontrar un lugar donde pasar la noche.
En un momento escuchan unos tamboriles como si se tratase de una tribu, pero no podían oír bien por el silbido del viento y los relámpagos.
En un momento mientras avanzan sobre la espesa vegetación, un relámpago ilumina unas figuras frente a ellos, eran más de una docena de aborígenes.
Rápidamente el príncipe y sus marineros pegan media vuelta y regresan por donde vinieron, sin embargo, se escucha un grito de ataque y los aborígenes se abalanzan sobre ellos, allí el príncipe Eric y sus marineros salen corriendo con todas sus fuerzas y esquivando las plantas que tenían por delante.
Logran salir sobre la playa de la isla y sin dudarlo, no dejan de correr e ingresan al océano comenzando a nadar con todas sus fuerzas, los aborígenes ya los tenían cerca, pero se detienen sobre la orilla del mar y no ingresan en él.
Sin mirar para atrás el príncipe Eric y sus marineros siguen nadando alejándose de la isla, cruzan la rompiente y quedan merced sobre la alta mar con olas muy pronunciadas, que se mecían por los fuertes vientos y la tormenta.
No se veía prácticamente nada, solo cuando caía un rayo que iluminaba todo el océano. Tanto el príncipe como sus marineros estaban exhaustos de tanto correr y nadar, y quedan flotando sobre la inmensidad del mar.
Cuando ya no le quedaba más fuerza a Eric comienza a hundirse en las profundidades del mar hasta desaparecer, lo mismo ocurre con sus marineros. Pasan unos minutos hasta que de pronto reflota el príncipe desmayado.
Por debajo suyo lo estaba sosteniendo una sirena, a modo de delfín lo mantiene a flote para que pueda respirar, y lo acerca sobre un sector de la isla, al noroeste de donde habían estado.
Solamente el príncipe Eric fue rescatado, los marineros que lo acompañaban no tuvieron la misma suerte. Todo era confusión en medio de una embravecida tormenta.

Transcurrieron varias horas hasta el amanecer, en donde se despejó y comenzó a brillar el sol en un día muy apacible, como si horas antes nada hubiese pasado.
Sobre la costa estaba recostado el príncipe que comenzó a despertarse con el canto de los pájaros, sintiendo el calor de la luz solar, estaba aturdido, se incorporó mirando alrededor y no había nadie.
Poco a poco comenzó a recordar la travesía de una noche muy movida, donde habían escapado de una tribu bajo una compleja tormenta que los acechaba.
No divisó a ningún marinero de su tripulación, y se puso de pie tocándose la cabeza, y asegurándose que no estaba en peligro, a partir de la escapada que tuvo que hacer durante esa noche.
Al girar sobre el mar puede ver a su salvadora, una sirena que estaba mirándolo, Eric aun aturdido se dirige a ella llamándola, la sirena se acerca sobre el agua lo más que puede y comienzan a entablar un dialogo muy apacible.
-Supongo que has sido tú la que me salvó la vida. Le dice el príncipe a la sirena.
-Supones bien, estuviste a punto de irte al fondo del océano, y pude sacarte a flote en medio de una gran tormenta. Le afirma la sirena.
-¿Cómo te llamáis? Le pregunta muy interesado y con una voz muy dulce el príncipe.
-Me llamo Amaia, ¿y tú?
-Soy Eric, el príncipe Eric.
-¿En verdad? He oído mucho acerca de tu principado. Le comenta entusiasmada Amaia.
-Así es Amaia, quiero agradecerte lo que has hecho por mí, has sido muy valiente. Le agradece el príncipe.
-Ha sido un gran honor para mí, sabiendo que eres el príncipe aún más. Le dice maravillada la sirenita.
-A propósito… venían nadando junto a mi parte de la tripulación, los has visto? Le pregunta ansioso Eric.
-En el momento de la tormenta el mar estaba muy movido, solo pude ayudarte a ti, pero no he visto a tus amigos. Le responde Amaia.
Decepcionado y con cara de tristeza, supone que ha pasado lo peor con su tripulación.
-Pero quizás ellos hayan podido llegar a la costa. La sirenita intenta animar a Eric.
Y así estuvieron hablando muy interesadamente la sirena y el príncipe.
En tanto en el castillo del Rey había gran preocupación, porque ya habían pasado varios días y no había noticias del príncipe Eric ni de su tripulación.

Y aconteció que luego de varios días la boda estaba suspendida, y era un gran misterio el destino del príncipe. El Rey en tanto salió a su búsqueda con varias embarcaciones.
En tanto como si fuesen dos delfines estaban coqueteando en las olas la sirena y el príncipe, jugando y riendo, pasándola a lo grande, disfrutando de la inmensidad del mar.
Por primera vez se lo ve al príncipe Eric sonreír y brillarle los ojos de felicidad, y esto ha sido causa de haber conocido a la sirenita Amaia, en la que se sentía muy a gusto con su compañía.
Pasaron los días y tanto Amaia como Eric no dejaban pasar un solo momento de estar juntos, y de disfrutar todo lo que le brindaba la naturaleza.
En una tarde apacible ya cayendo el sol y con un clima muy agradable, se disponen a dialogar sobre un arrecife la sirena y el príncipe.
-Jamás pensé que podría sentirme tan feliz Amaia. Le asegura el príncipe.
-Igual yo Eric, tu compañía me hace muy bien, y me encanta compartir estos momentos contigo. Le responde muy animada la sirena.
-Perooo…Con gran preocupación la sirena entiende que el príncipe deberá regresar con los suyos.
-¿Qué piensas hacer Eric? ¿regresarás a tu castillo? Le pregunta muy triste Amaia.
El príncipe se toma una pausa, mira hacia el horizonte y le responde:
-Debo confesarte…Se toma una pausa que se transformó en años para Amaia, esperando su respuesta con cara muy triste.
Vuelve a repetir el Príncipe:
-Debo confesarte que….¡No pienso renunciar a mi felicidad! Exclama a viva voz.
Amaia confundida no sabe a qué se refiere.
-¿Entonces? Le repregunta Amaia esperando una respuesta expectante.
El príncipe le responde mirándola a los ojos y tomándola de sus manos.
-¡Mi felicidad eres tú!, le confirma con una gran emoción y lágrimas en sus ojos.
Amaia casi desmaya por tal confirmación y le dice:
-¿En serio? Recobrando su cara de emoción y felicidad que tenía al comienzo.
-Por supuesto que sí, me quedaré contigo aquí! Le responde Eric con total convencimiento.
-Claro… si tú quieres. Con duda le responde Eric a la sirenita.
Se funden en un gran abrazo y se dan un dulce beso con sus siluetas recortadas sobre el fondo del atardecer, que reflejaba una postal poética. El trinar de los pájaros sobrevuelan una escena llena de amor que invadía la isla.

Pasaron los días y las semanas y la inmensa felicidad que henchía el corazón del príncipe y la sirena era enorme, estaban muy enamorados y todo el tiempo estaban juntos disfrutando de la naturaleza.
En tanto para la familia real había una gran incertidumbre en torno a la desaparición del príncipe y parte de su tripulación, la boda real ya había quedado de lado, aunque todavía lo seguían buscando.
El príncipe Eric decidió mantenerse al menos un tiempo perdido y no planea regresar al castillo, para que la boda finalmente sea suspendida.
Atrás quedaron esos días de protocolo en donde el príncipe debía ejecutar las antiguas tradiciones de su principado, para ahora si ser feliz con su amada compañía la sirenita Amaia.
Y así estuvieron tomados de la mano, disfrutando cada momento de la compañía de ambos, compartiendo las bondades de la naturaleza, y comenzando una nueva vida que la sirena y el príncipe, harán que cada día sea más fuerte su amor.